martes, 24 de enero de 2012

PARA AURORA: LA ABUELA DE MIS HIJOS (1921-2012)

 

   Dicen que nadie se cruza en nuestro camino por azar, que todo está escrito en las delgadas líneas del destino. También dicen que cuando alguien con quien has compartido se va, se lleva algo de nosotros consigo, a su vez parte de esa persona queda en nuestro carácter, marcándonos en cierta manera.
Aurora llegó al mundo un caluroso día del mes de julio, recién comenzada la década de los años veinte. Abrió los ojos a la vida en su siempre querida Puebla de Don Fadrique, el pueblo con más señorío de la provincia de Granada. Su sino fue vivir en tiempos difíciles, de cambios: una restauración borbónica, la segunda república, una guerra, una dictadura, una posguerra y las miserias vitales que ello conlleva. Su lucha por la supervivencia diaria caminó siempre unida al papel encasillado de la mujer de aquella época, tan distinto al actual. Su carácter, fuerte por naturaleza, se fue endureciendo al intentar superar las trabas del día a día. A la vez su fortaleza fue en aumento, haciéndola salir airosa de cada situación.

   Si visualizo su juventud escucho sin duda el tango La Comparsita, acordes musicales emanando de un dorado y destemplado gramófono: ella me confesó que fue la banda sonora de su vida. Y la veo bailando entre jóvenes, inmersa en alegres tardes de guateque. Tardes añoradas de amigos, de amores, de bailes a media luz, de sueños, de cuándo llegará el día que me quieras... y me lo digas, con la voz de Carlos Gardel impregnando la estancia.

   En su primavera tardía, la tarea primordial fue cuidar de sus padres, por lo que aplazó el formar una familia propia, en pos de la entrega a su cuidado. Habiendo llamado el amor a la puerta de su casa, ya en la madurez, el 7 de mayo de 1961, contrajo nupcias y compartió las tareas del hogar, ahora con temporadas de arduo trabajo en el campo, ahora con la atención de sus ascendientes, esposo y retoños. Con el más pequeño de ellos comparto mis días,  y viendo el hombre cabal en el que se ha convertido, no me cabe duda de su buen hacer como madre y educadora.

   Y de ella hoy queda con nosotros su recuerdo, su forma de adaptarse a cada situación y a cada momento, su carácter luchador, su cariño hacia toda su familia, su defensa de los suyos... Los suyos, su hermana, sobrinos, primos, sus hijos y nietos que mantendrán viva su imagen, en el físico y en el carácter, porque parte de ella corre por sus venas. Y deja un esposo entregado en vida a su compaña y cuidado, un buen hombre, noble, íntegro... cincuenta años de convivencia no es poco. Como persona tenaz que ha sido, se ha aferrado a la vida hasta el último momento, sin dejar en ocasiones de esbozar una sonrisa, aún percibiendo claramente su inevitable ocaso corporal, siempre queriendo continuar el trayecto que le hacía compartir este tren de la vida con los suyos, en la casa del pueblo que la vio nacer, donde siempre habitó y en la que ha exhalado su último suspiro.

   En su cuidado ha tenido diariamente la infatigable asistencia de sus familiares más allegados y cercanos, de entregadas cuidadoras: siempre le gustó sentirse acompañada. Fueron muchas las personas que vinieron a su casa, ofreciendo su apoyo: sus primas, su cuñada, amigas, vecinos... Todo el personal sanitario que se ha desplazado. También la han asistido sus consejeros espirituales: las hermanas y el párroco de la villa; pues siendo ella creyente, sus visitas la han alegrado siempre, al llevar hasta su casa la figura de Dios. Mil gracias a todos por ser su bastión, mi enorme agradecimiento para con vosotros.

   Sí Aurora, queda con nosotros lo que nos has transmitido, las vivencias que hemos compartido contigo: alegrías de encuentros, de aniversarios de vida, de enlaces, de nacimientos...
Lo que nos has aportado en tertulias e instantáneas sepias rescatadas de tu baúl, siempre abierto, de los recuerdos. Algunas desavenencias, cómo no, sobre todo por la visión tan distinta de la realidad de la mujer cuyos cambios no acertabas a comprender, no en vano yo subí al tren casi medio siglo después que tú y la velocidad ha variado notablemente en mi época. Aún así, siempre el respeto y la empatía fue nuestra máxima, el intercambio de opiniones, el crecimiento mutuo... En cierta manera, creo que yo te hice ser más moderada y tú a mí más sosegada, más madura, a la vez que más documentada. Gracias.

   Guardo en mi pluma lo que me has aportado en largas conversaciones tras los cristales de la placeta de San Antón, que ahora quedará huérfana de tu presencia. Permaneces en nosotros, te sentiremos como el alba de cada nuevo día: en los gestos de tus hijos, en los avatares de tus nietos, en la mirada y el carácter de mi hija (tu nieta más pequeña), en cada rincón de la casa, en las calles de tu pueblo, que un día anduve del brazo contigo.

   Aurora, genio y figura... lleva contigo mi cariño, tú me has dejado mucho, lo más importante: el amor de mi vida y mis hijos, mis bienes más preciados.

   El cielo te espera, descansa en paz, te lo has ganado con creces.