Es inquietante. He comprobado que vivimos en una constante carrera de relevos dentro de constelaciones familiares. Cuando yo llegué, fue mi bisabuela la que me pasó el testigo. Cuando llegó mi hija, fue mi abuelo. No llegó a conocerla. Cuando hablamos por teléfono, le dije que era muy bonita y que tenía el hoyuelo en la barbilla como él, como yo...
Mi abuelo vino al mundo un veinticuatro de abril, el día de San Fidel, por eso le llamaron Fidel Luis. Sus padres se llamaban José y Margarita. Era el sexto de una familia más que extensa, ¡ocho hermanos! Sus nombres eran, de mayor a menor: Emiliana, Antonia, Indalecio, Elisa, Carlos, Fidel, Catalina y Alcántara. Un día me contó que a su abuelo Lorenzo le dijeron en una taberna "¡Qué lobo que eres!", al haberse bebido un chato de vino y haber escondido el vaso, dando entender que se lo había tragado también. Desde entonces le apodaron "El Lobo", y ese apodo se ha hecho extenso a toda la estirpe o "manada".
Perdió a su joven mujer, Juana, y al tercer hijo que esperaban, en un parto malogrado. Enviudó demasiado pronto, quedando bajo su custodia un hijo y una hija de corta edad, amparados siempre por la protección de la abuela materna, que suplió en parte la insustituible figura de una madre. Casó en segundas nupcias con mi abuela Lucía, con quien tuvo a mi padre y a mi tía, y formaron también, como era habitual en aquellos tiempos, una familia numerosa.
Perdió a su joven mujer, Juana, y al tercer hijo que esperaban, en un parto malogrado. Enviudó demasiado pronto, quedando bajo su custodia un hijo y una hija de corta edad, amparados siempre por la protección de la abuela materna, que suplió en parte la insustituible figura de una madre. Casó en segundas nupcias con mi abuela Lucía, con quien tuvo a mi padre y a mi tía, y formaron también, como era habitual en aquellos tiempos, una familia numerosa.
El esfuerzo siempre caminó de su mano. Se ganaba la vida como agricultor en sus propias tierras, en las que cultivaba almendros. Mi padre y mi tío le ayudaban. Mis tías se ocupaban más de las tareas domésticas, ayudando a mi abuela. Ejercía también de carrero. Mi abuelo daba viajes de ida con su carro tirado por dos mulas, colmado de yeso blanco, cernido, desde la Puebla hasta Huéscar, ya que en la cercana localidad no lo había tan puro. Se lo compraba a los Algimiros o a Pepe Guillen, que eran yeseros. Los yesares de la Puebla están por la carretera de María (Almería), por encima del “Prao” Había muy buen yeso, que tenían que sacar con barrenas y luego cargar en un volquete para llevar al horno. Después, un mulo con un rodillo lo molía y dejaba fino. Había más yeseros en el pueblo, como Víctor González. Mi abuelo en su viaje de ida siempre llevó yeso. Mi padre le acompañó en muchas ocasiones. Me cuenta que se levantaban a las cinco de la mañana para llegar al mercado de los jueves de Huéscar a las diez. Le vendían el yeso a Andrés y a Felisa, un matrimonio apellidado de igual manera, González, por ser primos hermanos y yeseros oscenses. Ellos lo repartían a su vez por celemines a las mujeres, para blanquear las fachadas y el interior de las casas.
- Ya vendemos menos yeso, que han “sacao” una cosa que se llama Blanco España. - Les dijo un día Felisa.
Después iban al mercado y compraban legumbres, frutas y verduras de temporada y volvían a cargar el carro para llevar de vuelta lo que no había en la Puebla. Siempre traían doscientos o trecientos de harina en sacos de cien kg., que se cargaba mi padre a los hombros desde los dieciocho años. El carro soportaba más de una tonelada. Y emprendían el viaje de vuelta hacia la Puebla.
En aquel tiempo, dónde ahora está la cocina y el salón de la casa de la calle Hospital, dónde yo nací y viven mis padres, había un mostrador, que unas veces se usaba de taberna y otras de tienda, que en la mayoría de las ocasiones era de pago en especie. Fulanito cultivaba cereales, les llevaba, lo pesaban con la romana:
- Tienes cinco duros de trigo... ¿Qué quieres?
- Dame dos kilos de naranjas o dos litros de vino.
Si traían una fanega se podían llevar abastecimiento para toda la semana.
Mi abuelo daba también viajes a Jumilla por pipas de vino, que eran toneles de grandes dimensiones. Cargaba el carro con tres pipas, una en la bolsa, después de vaciarlo de yeso. Volvía a la Puebla y recibía a los vecinos en casa que le pedían:
- ¡Dame una arroba de vino!
- A mí échame una cuartilla, pero antes ponme un chato que lo pruebe.
Entonces, tomaba una goma, se la colocaba a la boca del tonel y absorbiendo el aire, el vino salía camino de la garrafa. Eran otros tiempos. Tiempos duros y difíciles de posguerra, de la España en dictadura. Cada lugar intentaba autoabastecerse y no venía nada de fuera, por eso los vecinos esperaban siempre impacientes que llegaran los carros llenos de aquellos víveres, repartidos por buenos comerciantes que eran mis abuelos. También se desplazó mi abuelo, en más de una ocasión, a Santiago de la Espada (Jaén), que está a treinta y siete kilómetros del pueblo. De ida, como siempre, llevaba yeso y de vuelta, en este caso, leña de los pinares. Alguna vez que otra llegó a ir incluso a Cúllar, entonces volvía con una sera llena de plantón de tomate, al menos doscientos manojos, que luego vendían en el pueblo, siempre sacándole ganancias, por supuesto. En algunas ocasiones trajo aceituna de Hinojares (Jaén), un pueblo cercano a Cuevas del Campo (Granada). En otras, pellejos de aceite, que eran pieles de cabra cosidas y vueltas del revés, por lo que el pelo quedaba en el interior. Colgaban de los pellejos hasta las patas del animal, por necesidades de la época, convertido en recipiente. Curioso y un tanto raro.
Siguieron dando viajes hasta el año 1962, pasaban mucho frío porque salían siempre antes de que despuntase el día. Mis recuerdos más lejanos de mis abuelos son de su casa en la calle Carnicería: una tienda, una báscula, un bote de cristal lleno de bolas de caramelos brillantes que yo siempre quería alcanzar… Unos tazones de leche, un televisor que era la novedad en el barrio, las matanzas, el olor de las especias, los bigudíes que ensortijaban el pelo de mi abuela… Las romerías en carro, juntos en familia, hacia el pie de la Sagra, a esperar a las patronas: las Santas Alodía y Nunilón.
Gracias al tesón de mi abuelo por sacar adelante a su familia, mi padre nos transmitió que sin esfuerzo no se consigue nada. Un día, un inspector, premió a un niño con un puñado de monedas por ser el mejor de la clase. Desde ese día comprendió, que, como dijo Ismail a su nieto Boabdil, “El conocimiento vale más que el dinero. El dinero lo puedes perder, te lo pueden robar… Nada ni nadie podrá jamás arrebatarte el saber acumulado en el bagaje de la vida." Gracias a ese niño, mi padre, gracias a su esfuerzo por sacar adelante a una familia numerosa, un día pude sentarme en un pupitre de la Universidad. Gracias a mis mayores comprendí, que si uno quiere, no se aprende en vano en la Universidad de la Vida.
Madre mía que memoria Ana. Yo de lo que más me acuerdo es del bote o vitrina de cristal llena de caramelos, siempre estaba rondando el lugar esperando un despiste de la abuela para meter la mano, cosa que casi nunca conseguía.
ResponderEliminarEsto sí que es caer y levantarse, personas muy jovenes y forjadas con la dureza del acero. Gracias por estos recuerdos.
Besos.
Gracias a tí por tus palabras, guapo. Pues sí, recuerdo muchas cosas del ayer, pero he tirado también del hilo de los recuerdos de nuestro padre, que también tiene una excelente memoria. Ya sabes, verba volant, scripta manent. Un fuerte abrazo para tí y la familia. Venid pronto a Granada.
ResponderEliminarQue relato mas bonito del pluriempleo de tu abuelo. Yo recuerdo todavía esos pellejos de aceite y el vino que mencionas, los veía cuando iba con tu padre a su casa (pues íbamos juntos a la Escuela Parroquial). De acuerdo con tu hermana en lo de "verba volant, scripta manent", por cierto que tu pabre tenía una letra preciosa letra cuando escribía con la pluma que se cargaba en aquellos tinteros de la mesa.
ResponderEliminarMe tienes entre tus seguidores, pues con tu pluma (debe ser herencia) mueves a la sensibilidad de los que te leen.
Un abrazo para tu padre y otro para ti.
Pepe Galera.
Gracias por tus palabras, Pepe. Es un placer que un buen amigo de mi padre aprecie lo escrito por mi pluma. Soy Ana, la hija mayor de Fidel, Pergaminos en la red es mi blog, y me gustaría que estuvieses entre mis seguidores y leyeses mis anteriores entradas, como intuyo que ya haces con el blog de mi hermano José Fidel, ya que ambos escribimos. Es importante plasmar en papel los recuerdos de nuestros mayores, para que no se hundan en las lagunas del olvido. Seguiremos enlazando experiencias y letras, para crear bella literatura. Un abrazo.
ResponderEliminarQue bonito historia Lourdes y que bien lo has descrito , espero algun día que podamos hablar sobre esta historia. Mi nombre es Placido, soy economista y estudie en el IES La Sagra.
ResponderEliminar¡Gracias por tus palabras, Plácido! Tengo que entrar más o configurar mejor mi blog, porque acabo de leer ahora tu comentario. Escribamos para que las vivencias de nuestros mayores y todo lo transmitido no se pierda. Saludos.
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