lunes, 4 de febrero de 2013

¿Dónde va a parar el agua con que te lavas la cara por las mañanas?



   Depende. Todo depende del pie con que me levante. Si la noche se ha tornado sueño o pesadilla. Hay mañanas en las que mi semblante ofrece su mejor sonrisa a la mujer que me mira tras la ventana plateada de enfrente. La noche que dejo atrás, me ha cubierto con un manto reparador que me ha arropado también el alma. El descanso ha sido plácido y benevolente conmigo.

   Estos días el agua se desliza fresca y sugerente por mi cara, espabilándome, sacudiéndome el sueño y la pereza del cuerpo, y transmitiéndome esa fuerza que me permite afrontar un nuevo día. Humedeciendo mis cristalinos, se pierde en ondas centrífugas que la atraen hacia el sumidero y la hacen viajar en el tiempo y en el espacio, para ir a parar a un remanso florido - lago añil estancado- , ribeteado de vivas flores multicolores. Su visualización dulcifica mi carácter y convierte mi jornada en un reloj de arena constante y una vena que carga mi pluma creativa. Ese día mis ojos me hacen apreciar al detalle: un amanecer irrepetible, un singular esbozo de nube en la cúpula celeste, una mirada expresiva al cruzar una esquina, un beso de ida y vuelta, una nueva hoja inmaculada en el calendario de mesa... Musas y númenes bailan entrelazados su cómplice danza, ya sea al son de las cuerdas que forman los rayos de sol, o bajo ritmos de lluvia provenientes de aleros mojados. Acechan mi paso, me inundan de inspiración.

   Sin embargo, no puedo evitar que haya días en los que despierto en el ángulo muerto. En un rincón olvidado, sin arpa que acariciar. Mi imagen sigue dormida al otro lado del espejo. La busco insistente, lenta, pero ella se niega a ofrecerme su mejor reflejo. Un sobresalto tras una pesadilla la ha dejado abrumada en horas de descanso vanas. Mi cuerpo acusa el cansancio y aún es madrugada. Quisiera hoy ocultarse, no tener que dar la cara al mundo que espera, pero las obligaciones no tienen botón de pausa.

   Esos días el agua apenas revive mis ojos adormecidos, aunque sí que se atreve a despertar tímidamente los poros de mi piel bajo una artificial cascada. Y huye ávida de mis surcos faciales, hoy más tensamente definidos, y pasa veloz, derrapando por mis curvas: quiere escapar por agujeros de acero que colindan con tubos grises, conectados a un mundo subterráneo. Las aguas transcurren inquietas por un río turbulento de curso cambiante, siempre al borde del desfiladero, atravesando paisajes en escala de grises que la llevan a desembocar en cavernas subterráneas, tristes y sombrías, que la hunden en el fondo de la desconfianza y la desolación.

   Ese día, aunque no sea martes, es mejor dejarse llevar sumisamente por la rutina y no embarcarse hacia la Itaca de tus sueños.