Si escribo poemas perennes al desamor,
tu esbozas mi corazón de hoja caduca.
Si el otoño es un tipo de nubes y claros,
también es el color del romanticismo,
y un árbol que se aferra a la vida,
enraizado hasta la médula,
en la dureza inhóspita de la piedra.
¿Menos da el amor?
La música, que tonifica el alma
y el movimiento que perciben mis sentidos,
son el viento que despeja los nimbos
cargados de grises que quieren desplazarse
del paisaje, al limbo de mi cabeza.
Cúmulos, cirros, estratos que me hacen volar...
¿Más da una piedra?