Un día azul me llegó un mensaje en blanco y negro donde aparecía impreso que un taller en la Casa de Tinta. Me gustó la oportunidad de adentrarme tras aquellas puertas, que cruzaba a menudo en busca de historias, viajes a lugares exóticos, donde era posible trasladarse en el tiempo y a otras épocas. En la que hallar ejemplares de evasión de la rutina para transformarse en otros, coetáneos o antecesores, que ofrecían su legado por suerte de las invenciones.
La Casa de Tinta era un santuario en el que adorar al saber y a la búsqueda perpetua del ser humano. Un oráculo de Delfos. Una inscripción en el templo de Apolo que nos insta: “Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Conócete a ti mismo”.
La Casa de Tinta era un lugar donde te enseñaban al mirar y admirar todo lo que nos rodea. A atrapar la libertad de vivir en presente, soltando el lastre del pasado y las expectativas con las que nos engaña el futuro. El don mágico de la creación poética y literaria. La maravilla de poder reconocernos y recrearnos también en la interpretación y del mundo que tienen otros seres sintientes. Es urgente aprender a mirarnos en todos los espejos. Aceptar que para ser mariposa, primero debemos ser oruga. Que una luciérnaga antes de iluminar, se arrastra.
En la Casa de Tinta el tiempo no se mide en segundos, sino en latidos. Los relojes son allí unos incomprendidos. El corazón manda. Dejándose llevar por él, uno escribe lo que está llamado a ser. Y aparca la mente y sus desvaríos. Y comienza uno a recordar, que es traer a la memoria algo percibido, pasándolo antes por el corazón. Entonces caemos en la cuenta del niño que fuimos y que hemos olvidado, tal vez castigado en el cuarto oscuro de los miedos a ser...
En la Casa de Tinta surgen nítidas las vivencias de los diarios que escribimos en la infancia con letras invisibles. La tinta y su negro de humo se convierte en la luz que tienen los poetas, que ilumina las sombras más ocultas de nuestros recovecos. Como Tagore, que acertó al escribir que “La poesía es el eco de la melodía del Universo en el corazón de los humanos”. Sin duda el Universo siempre conoce qué es lo mejor para nosotros. También sabe de nuestra chispa de divinidad creadora.
Si no existiese la Casa de Tinta no tendríamos raíces con las que agarrarnos, ni ramas para expandirnos… Agradezcamos los legados de la cultura, pero seamos civilización. Ahora más que nunca, sabemos que todos estamos conectados. Se trata de subir la vibración en el Amor. La naturaleza y su ciclo es el ejemplo. Volvamos a sentirla. Perseguir la belleza, debería ser primordial.
Las palabras siempre deberían ser las correctas. Trabajo de orfebre debería ser combinarlas. Nuestras huellas dactilares son similares a los anillos que datan la vida de un árbol, y encajar las piezas para que el amor y el alma superen al miedo y los egos, en la búsqueda nacarada y eterna de lo sublime, sería como crear fina taracea.
En la Casa de Tinta he aprendido a mirar aún más allá de cómo venía haciéndolo. He encontrado almas que perciben una realidad y un mundo onírico parecido al mío. He constatado que nadie tiene la llave que cierre para siempre la Caja de Pandora, ni el billete de tren con destino a la felicidad, ni la pluma que escriba la verdad absoluta. Nadie, salvo nosotros mismos. En la Casa de Tinta podría vivir por una eternidad.
Descubramos a través de cada autor, su particular Casa de Tinta para construir con buena letra y voz propia, la nuestra.