Recordé en Santa Cecilia como fue mi encuentro con ella, según mis padres me contaron: comenzando a mover con gracia las manos al son de la música de los telediarios (no la bailaba, no). Regresé al pasado por los senderos mágicos de la imaginación y escuché las nanas interpretadas por la dulce y juvenil voz de mi madre. Intenté retrotraerme a un ayer aún más lejano para iniciar este relato y me sentí acunada por un denso líquido de vida, mientras en el exterior sonaban canciones de finales de los sesenta amenizando un guateque. La audición intrauterina de aquellas melodías sonoras quedó grabada permanentemente en el disco duro de mi memoria y a veces la aguja las selecciona al azar para que suenen en el presente, como hacían las fantásticas gramolas instaladas en mi niñez que una moneda, acuñada en pesetas, accionaba en bares frecuentados junto a mis primeras amistades.
Descubrí un rayo de sol, lo entoné y seguí en esa línea: creo que desde entonces no he dejado de perseguirle diariamente porque su luz me energiza. También recuerdo el intento por parte de mi padre de enseñarme a solfear, marcando el compás de las notas y de mis primeros pasos por la vida. Y en la lejanía diviso un clarinete olvidado en un bureau, un órgano electrónico esperando en el descansillo despertar con una caricia, una bandurria que iba de mano en mano y que encontró amistades en una rondalla infantil. Yo formaba parte de un quinteto con buen oído, sobre todo del hermano que me seguía: ¡cómo admiraba su capacidad de reproducir al instante la melodía sugerida! Quizás con dedicación, otro gallo habría cantado... Ahora recuerdo una azotea soleada, flanqueada por tejados, chimeneas y paisajes dibujados en la sierra en cuyo regazo se asienta mi pueblo, la misma que le priva, con su recortado perfil, de más horas de luz. Allí me solía apostar con un tocho de apuntes (en tiempo estival con un libro) y un radiocasette de doble pletina que grababa canciones radiadas por emisoras locales que en mi elevado retiro sintonizaba con más nitidez. Mis preocupaciones en esos años no eran otras que los estudios de bachiller, el afianzar antiguas y encontrar nuevas amistades, descubrir emociones y sensaciones, compaginar lecturas y películas con el seguimiento de las modas y el esquivar o mantener cruces de miradas de incipientes amores. También ocupaban mis horas la colaboración en casa, la complicidad de los juegos reunidos de hermanos, la ayuda en la crianza de mis muñecas de verdad, con las que reía a diario. En definitiva vivir y dejarme llevar por el cauce del río, que discurría entonces pausado y unido al descubrimiento de nuevas canciones, de bailes en Alaska, donde encontraba cabinas de discoteca en las que me colaba con invitación cómplice del pinchadiscos, para admirar brillantes portadas de vinilos y cócteles efímeros de canciones. No era entonces más que una muñeca de cristal esperando un muñeco de ficción.
Desperté de aquellos maravillosos años, cuando una España con camisa blanca se desperezaba de un largo letargo, al alba sangrienta, que dejaba tras de sí miles de buitres alados y casi cuarenta años al carasol más sombrío. Fui una alumna clown tras el muro de las representaciones de Pink Floyd; también di mi toque personal en aquel collage del rock que adornaba la pared del fondo de mi clase de segundo. Más tarde me convertí en la chica de ayer en aquellas noches ilegales universitarias, en las que agotados de esperar el fin, saltábamos las vallas y las horas para ver la estatua del jardín botánico: peor para el sol... Noches de rabia y juventud, que quedaron aparcadas en un blues que a veces era el de la soledad. Recuerdo aquellas escuelas de calor en terrazas de verano, donde las miradas se cruzaban con los haces de luna y donde bronceadas pieles destacaban sobre blancos realzados por luces ultravioleta que iluminaban también inocentes y pícaras sonrisas.
Y un día él me dijo que veía mi casa desde su balcón, chimeneas y mi ropa al sol, y que nada sabía tan dulce como mi boca... Ese día comencé a señalar mi territorio y a dejar dentro a los amigos que me recuerdan que no estoy sola. Ahí comenzó la historia de un amor, que al tiempo dio sus frutos, porque ahora recuerdo como si fuera ayer, cuando las canciones de Enya primero y las notas del saxofón de Kenny G, dos años después, se fusionaban con la percusión de mis latidos hasta llegar a los tiernos oídos de quienes entonces dormían acunados en mi vientre... ¡Qué derroche de amor! No sabría hallar una etapa de mi vida que no vaya unida a algún estilo de Música: sesentera, nanas, boleros, pop, tecno, rock, de nuevo nanas, infantil, instrumental, clásica, folk, country, latina, blues, swing..., ni podría decir a ciencia cierta en qué momento me encandilé con ella (creo que en todo momento ha marcado el ritmo de mis días). Lo cierto es que una mañana me sorprendí persiguiendo sus acordes porque encarnaban la alegría y la improvisación, todo por huir de la rutina y de las obligaciones impuestas por la vida al madurar. Quise acaparar su directo, inspirar sus movimientos, bailar su ritmos, llenar de palabras sus silencios, recostarme entre los renglones equidistantes de sus pentagramas... Ilusa de mí: la Música es un espíritu libre, se deja querer y admirar por todos y todas. No pertenece a nada ni a nadie, habita en las nubes y se despierta con las luces de cada amanecer. Es entonces cuando suena en las gotas de rocío que se deslizan por los pétalos de las rosas, en el repiqueteo alegre de las campanillas, en el trino de los ruiseñores, en los acordes que marca el viento al enredarse en las ramas, haciendo bailar hasta a las mustias hojas caducas. La Música muy pocas veces se enfada con el mundo, pero cuando lo hace se esconde tras las más tenebrosas nubes y reaparece con la voz grave del trueno, y tras la tormenta, surge calmada, en las notas que marcan los regueros de lluvia que caen sobre xilófonos de acero alineados sobre el asfalto. Baja a la vega entonando la canción del deshielo, vuela sumergida en las gotas sonoras de la evaporación... A veces la percibo escondida en el pestañeo de una mirada que admira un atardecer. Casi siempre aparece suspendida en las cuerdas de tu voz.
Y vuelve a hacerse notar, sinuosa, en los murmullos del viento tras los enrejados, en el primerizo encuentro de los amantes, en el batir de alas de las mariposas que escapan policromadas del arco iris, la escucho en el tintineo de algunas de ellas, al estamparse contra estómagos de cristal de los recién enamorados. Y en la noche, también la he escuchado en la melodía que entonan los cantos rodados al ser abandonados por el mar, mientras la luna, danza oronda emergiendo de la oscuridad al compás de las mareas.
La Música interfiere en mi ánimo: me ha hecho reír, cantar, también llorar de emoción. No puedo transmitirle mi humano sentir, porque ella camina entre dioses, no puedo ni debo tatuarle el corazón. Tampoco pretendo encerrarla en mi particular caja: sólo puedo invitar a los instrumentos por la que ella entra en mi casa. Por eso hoy: un piano preside mi salón, una clave de sol mi jardín, un pentagrama adorna un esbelto y juvenil cuello, un timbal yace arrinconado soñando con el toque de unas manos infantiles, unas partituras esperan en un atril ser interpretadas, un bajo permanece quieto, expectante al ensayo de un Adonis, vigilado atentamente por la mirada celosa de una guitarra eléctrica, mientras una española descansa lánguida en la cúspide de una librería. Unas maracas marcan los ritmos latinos de una pareja enredada, una pandereta tallada en madera evoca cantos de navidades pasadas, una armónica espera el roce de unos labios, un par de castañuelas duermen en un cajón, recordándome que un día las hice repiquetear alegremente, mientras danzaba al estilo tradicional de una villa andaluza repoblada por navarros; una flauta dulce, un beso amargo...
A veces la música de los sueños se alterna con días en los que tienes que echar una cuerda al pozo del alma para rescatar la alegría, días en los que permaneces en el ángulo muerto, no quieres mirar a los ojos de la gente, porque dan miedo, porque te mienten... Días en los que quisieras gritar Help!!! porque verdaderamente es el final de la cuenta atrás de Europe. Días en los que el reloj se niega a marca las horas, la incertidumbre te hace dar pasos inciertos, la calma es sumisa. Pero entonces ella se percata de tu tristeza y vuelve a abrazarte hasta abrigarte, endurecerte y a la vez enternecerte el alma. Y aquí llega el Sol, que junto a ella te conduce cada martes al compás de unas caderas que te hacen refugiar en una danza y un embrujo nazarí, que según Lara aún conservamos las granadinas en la mirada. O piano, piano: te invita a escuchar sus notas interpretadas por la bella que un día durmió en tu vientre, te anima, en otro momento, con el rock de quien aún se relaja evocando susurros de Enya. Otras veces, sutilmente, te ofrece sus directos en salas que rebosan arte y musicalité.
Esta es la historia de un platónico amor, porque aunque en ocasiones mis manos han intentado interpretar su lenguaje, en esta etapa vital siempre este logro escapa a mi entendimiento, sólo me queda compartir mi pasión, sentir y dejarme llevar... Aún así este encuentro nunca habitará donde lo hace el olvido, porque sus compases marcarán mi respiro, sus tonos iluminarán la senda de mi destino, sus silencios la inspiración de mis sueños, mis letras se fundirán con sus acordes creando textos musicalizados, sus besos volados dormirán para siempre en mis versos... Será por siempre mi Musa, porque no consigo entender una vida sin la Música, porque ella es la banda sonora que da color a la película de mis días.
Esta es la historia de un platónico amor, porque aunque en ocasiones mis manos han intentado interpretar su lenguaje, en esta etapa vital siempre este logro escapa a mi entendimiento, sólo me queda compartir mi pasión, sentir y dejarme llevar... Aún así este encuentro nunca habitará donde lo hace el olvido, porque sus compases marcarán mi respiro, sus tonos iluminarán la senda de mi destino, sus silencios la inspiración de mis sueños, mis letras se fundirán con sus acordes creando textos musicalizados, sus besos volados dormirán para siempre en mis versos... Será por siempre mi Musa, porque no consigo entender una vida sin la Música, porque ella es la banda sonora que da color a la película de mis días.